Sobre todo esto escribía hace algunos días Charles Arthur, analista del espacio digital The Guardian donde se trataba la impresión 3D como fenómeno revolucionario en la industria del siglo XXI.
Charles Arthur también se hacía eco de la opinión de Olaf Diegel, profesor de la Universidad de Massey de Nueva Zelanda, que dirige una empresa que ofrece carcasas de guitarra que son imprimidas en 3D. Según el profesor, durante el comienzo existirán tiendas especializadas donde imprimir en 3D los archivos necesarios y con ello nacerá un nuevo modelo de negocio, pero en cuestión de una década los precios bajarán y estos aparatos invadirán nuestros hogares.
Jonathan Rowley es director de diseñor de la compañía Digits2Widget, una de las compañías más a la vanguardia en diseños de impresión 3D, localizada en Londres.
Mientras Charles Arthur habla con él, éste le muestra unas gafas fabricadas en plástico blanco, en una sola pieza, con una máquina que Arthur puede ver con facilidad y que le recuerda a un horno.
Según Rowley, la impresión 3D consiste en diseño de objetos que son imprimidos con termoplásticos colocados en una cuenca a la que se le aplican altas temperaturas por el efecto de un láser consiguiendo la fusión del polvo que es superpuesto en capas muy finas una sobre otras, alrededor de 3000 veces, para conseguir buenos acabados.
Como Rowley, Diegel con sus carcasas de guitarra, coinciden en que de momento adquirir un objeto 3D es adquirir un objeto de capricho por el que hay que pagar el precio del diseño. El precio de éstos no se debe al coste de producción, de unos cuantos euros, sino al coste que hasta ahora tienen las máquinas de impresión 3D.